A lo largo de la historia, se han
conformado innumerables equipos de trabajo con el fin de alcanzar un objetivo
determinado, ya sea en el ámbito empresarial, social, personal y deportivo;
pero pocas veces el mundo alcanzó a ver un grupo humano con el talento,
sincronía, desprendimiento, simpatía y dominio que mostró la selección
masculina de basketball de los Estados Unidos en las Olimpiadas de Barcelona
1992.
Este equipo se conforma luego de la
catástrofe sufrida por los norteamericanos en la edición previa celebrada en
Seúl 1988, donde fueron derrotados en semifinales por una selección conformada
por la antigua Unión Soviética. Sin lugar a dudas, se trató de un golpe directo
al orgullo de la máxima potencia mundial de esta disciplina.
Es importante recalcar que hasta ese
momento, USA solía enviar a estos campeonatos escuadras conformadas por
jugadores universitarios para enfrentarse a conjuntos de otros países, que en
muchos casos no sólo eran profesionales reconocidos a nivel global sino que ya
habían participado juntos en diversas justas deportivas, convirtiéndolos en
temibles contrincantes.
Ante este hecho que claramente
cuestionaba el real dominio de Estados Unidos sobre este deporte, se decide
responder lanzando a Barcelona lo mejor de lo mejor de su poderosa liga de
baloncesto, la NBA, que para ese momento coincidía con poseer la generación más
talentosa y fructífera que ha tenido el baloncesto mundial.
Hombres como Michael Jordan, Magic
Johnson, Larry Bird, Scottie Pippen y Charles Barkley eran los llamados a
restaurar el orden que había sido quebrantado hacía 4 años en Seúl. El
encargado de dirigir a este equipo de ensueño era el experimentado Chuck Daly,
legendario coach de los “Bad Boys” de Detroit, los Pistons.
La lista de jugadores diseñada para este
torneo era realmente de lujo, todos con los contratos más caros del planeta en
ese momento y con una legión sin fin de sponsors detrás de cada uno de ellos,
por lo que el logro del campeonato pareciese estar más que asegurado. Pero,
sólo basta tener el talento, nombres, pergaminos, intención y un jefe para
conseguir una meta?
Chuck Daly, cuenta que al conversar con
los jugadores en el primer entrenamiento del equipo, realizó la sgte pregunta a
sus dirigidos: quién es la estrella del equipo? – a lo que todos, casi al
unísono, mencionaron la respuesta que él más temía: Yo. Desde ese momento supo
que tendrían muchos problemas si es que no llegase a conjugar las destrezas de estos monstruos del basketball.
Constantemente se preguntaba, cómo
influir en este grupo si cada uno piensa que es superior al otro? Y lo más
probable es que sientan que con sus capacidades individuales basta y sobra, ya
que por algo fueron convocados. Claramente debía lidiar con unos egos colosales.
Días después llegaron las conferencias de
prensa, las reuniones con celebridades, el furor provocado en la sociedad por
ver finalmente jugar al Dream Team (apelativo que la prensa mundial le asignó a
este equipo americano) y por supuesto más contratos de publicidad. Es decir,
mucho tiempo para distraerse y pasarla bien. En ese tiempo, el entrenador sólo
se le ocurrió una forma de ganarse el respeto y por ende el liderazgo de esta
escuadra.
Coordinó con la liga la programación de
un impensado encuentro entre esta selección y un elenco conformado por chicos
universitarios, pero haciendo hincapié en que el partido se realice a puertas
cerradas, sin ningún medio periodístico cerca.
Cuando el coach define los 5 que
saltarían a la cancha para el enfrentamiento, llamó poderosamente la atención
que no había considerado en la alineación al mítico Michael Jordan (que en ese
momento se encontraba en la cúspide de su carrera y era considerado el mejor
jugador de todos los tiempos). Desconcertados, los jugadores le consultaron
además sobre qué estrategias usarían ese día?. La respuesta los dejó aún más
perplejos: Vamos muchachos! Son los mejores del planeta, Uds. pueden jugar
solos!
Qué podría salir mal?, dijeron. Somos
súper estrellas en una contienda con sólo unos niños. Tenemos que darles una
lección.
El partido no pudo ser más diferente a
ello. El Dream Team se mostró errático desde el primer momento, sin hilvanar
las jugadas a las cuales estaban acostumbrados a realizar en sus propios
equipos, sin un caudillo que los encamine, carentes de una mística
grupal, sin apoyarse unos a otros y sólo observando cómo un grupo de colegiales les
otorgaba una derrota histórica.
Al final del encuentro, Chuck Daly no
contento con esta humillación, les pidió a ambos equipos que se unan a fin de
tomarse una foto que grabe este momento para siempre. Al inicio de este
artículo, se puede apreciar la imagen de los rostros de desolación de los
componentes del equipo de ensueño, en contraste con las caras emocionadas del
novel equipo colegial.
Posteriormente, y luego de felicitarlos,
el coach solicitó a los universitarios retirarse del recinto y llamó a sus
jugadores para reunirse y ver juntos el tablero de resultados (en donde se
marcaba que el poderoso equipo conformado por los mayores talentos del
baloncesto fue vapuleado por unos chicos que apenas superaban los 18 años),
diciéndoles una frase que marcaría un antes y un después para este Dream Team:
Bueno, creo que ahora sí me escucharán.
Daly, solicitó a la liga volver a
convocar para el siguiente día a los mismos colegiales, pero esta vez sí se
enfrentarían al verdadero equipo americano que todos querían ver. Con la
lección aprendida, la aspiración individual de cada miembro de esta escuadra
pasó de inmediato a ser grupal, en donde las estrellas estaban sólo en el papel
ya que todos buscaban un bien y fin común. Tenían claro que no sólo se
necesitaba de su talento para ganar las Olimpiadas sino que también de su
entrega, pasión y sobre todo ganas de dejar un legado para las futuras
generaciones.
El resultado de este partido no pudo ser
otro más que una soberana paliza propinada por el equipo que participaría
semanas después en España. Sin lugar a dudas, el entrenador Daly había logrado de esta forma generar una conexión con sus dirigidos.
En las Olimpiadas, el Dream Team acabó
llevándose la medalla oro derrotando a sus oponentes con una diferencia de casi 45 puntos por partido, devolviendo la gloria a un país entero que vive
y respira por este deporte y con el rótulo de equipo imbatible e inolvidable.
Todos los miembros de esta selección, sumados a Chuck Daly, pertenecen
actualmente al Salón de la Fama, máxima distinción otorgada a un deportista en
los Estados Unidos.
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